Más de una vez me han advertido mis jefes periodistas sobre lo malo de usar el gerundio. No puedo evitarlo, me gusta, y más cuando me los invento. Además este es mi blog, y, como me dice siempre Morucha, cada uno hace en su blog lo que le da la gana. Trequineando he pasado el fin de semana con Ángela, Ro y Mogli. El viernes partimos a Cajón del Maipo, a casa de un amigo de ellos, que está rodeada sólo de naturaleza. Pasamos allí una buena tarde, haciendo un asado, acompañado de chela (cerveza). A la hora de dormir, todos los allí presentes compartimos un gran salón, cada uno en su saco, como si estuvieramos de campamento.
Más o menos temprano amanecemos el sábado, y partimos los cuatro al
volcán San José, de casi 6.000 metros de altura, situado en los Andes centrales. No hicimos cumbre, no teniamos ni el tiempo ni el equipo necesario, pero subimos arto (palabra muy utilizada por los chilenos y perfectamente comprendida por los españoles). La verdad, yo me canso, pero no me quejo y parece que, cuando no hablas de él, el cansancio desaparece, o te acostumbras. De vez en cuando paramos, bebemos agua, comemos frutos secos y levantamos la vista que tan fijada hemos de tener en el suelo para no tropezar. Al sur veo montañas áridas, parecidas a las de Almería, pero más altas y con diferentes marrones. Al norte, puros glaciares. Igual en las fotos os parece nieve, pero es hielo.
Hacia las siete de la tarde llegamos al refugio Plantat. Allí saludamos a nuestros amigos montañistas y nos hacemos la cena que traemos preparada. Pasta con crema (nata), atún, queso y cebolleta. Nos instalamos en las literas que quedan libres, tipo campo de concentración. A la mañana nos despierta el ruido de nuestros compañeros de refugio desayunando. Qué hora es, preguntamos. Las doce, contestan. No, es broma, son las 8 y media.
Nos despertamos, desayunamos nosotros también, y nos disponemos a subir un par de horitas más. Cuanto más arriba, más solos parecemos estar en el mundo. De vuelta al refugio, a recoger, y a casa, que mañana hay clase y, aunque os parezca mentira, he venido a estudiar. Eso sí, antes paramos a tomar un empanada al pueblo de San José, que poco tiene que ver con nuestro San José almeriense. Inevitable acordarse en pequeño viaje de las excursiones obligatorias organizadas por mi papá, que tantas quejas y buenos momentos (las dos cosas a la vez) provocaban entre mis hermanos y yo.