Almudena, 23 años, aspirante a periodista. En este blog publicaré todas las pequeñas y grandes experiencias que me apetezca compartir durante los seis meses que voy a vivir en Santiago de Chile. ¿Mi intención? Que todo al que le interese pueda seguirme el rastro esta mínima pero importante etapa de mi vida. ¿Mi deseo? Que me leáis y disfrutéis.

28 de abril de 2011

Patagonia Sin Represas



Estoy de nuevo en el aeropuerto de Balmaceda, después de recorrer la Región de Aysén. El hombre que me ha dado mi tarjeta de embarque me ha dicho que mi nombre es de catedral. No le falta razón, además, es la única persona que me he encontrado en Patagonia que conocía mi nombre.

Pero voy a continuar por donde me quedé.

Después de aquella tarde lluviosa del sábado, fuimos a cenar un rico y merecido salmón con una botella de vino blanco y, de nuevo, nos acostamos temprano. A la mañana siguiente, durante el desayuno -que consistió en panecillos, mermelada, té, café, queso, fiambre y mantequilla, como en todos los sitios en los que nos hemos hospedado- conocimos a John, que viajaba a Caleta Tortel. Nosotras también, decimos, pues veniros conmigo, nos propone, ¿porqué no?, respondemos.



Subimos a su camioneta, partimos, conversamos, tomamos fotos, observamos, comemos chocolate y llegamos a Tortel. Fundado hace 50 años, este pueblo no tiene ninguna calle. Sólo recorriendo las pasarelas de madera de ciprés puedes visitar el lugar. Parece que estamos en Tailandia, dice Ángela. Desde luego, es un sitio mágico. Nos sentamos en el muelle y contemplamos ese trocito del Pacífico.



Berta sale a nuestro encuentro y nos ofrece un buen almuerzo y alojamiento. Aceptamos. Recargamos las pilas y nos vamos a caminar. Abandonamos las pasarelas y nos acercamos al delta del río Baker, el más caudaloso de  Chile. Los 2,5 kilómetros de recorrido se hacen eternos, porque todo el sendero se había convertido en fango con la lluvia y no podemos confiar en las señales, son móviles.




Pero, como no, conseguimos regresar a casa de Berta. Vamos a llamar a Pascual, le digo a Ángela. Él es el guía que conocimos en Puerto Guadal, con el que queríamos organizar una excursión a Campo de Hielo Norte. Entonces, vamos en busca del único teléfono público de Tortel, donde no hay señal de móvil. Entre ellos se comunican con walki-talki -¿cómo se escribe eso?-.

Ya no hay luz, y Berta nos aconseja andar con linterna, pues hace tiempo que las farolas no funcionan, y las pasarelas son traicioneras, sobre todo si ha llovido. Llegamos a esa casa donde uno puede comunicarse con el resto del mundo. Hay una cola de una hora, nos dice el poderoso dueño del mágico aparato. Bueno, vamos a dar una vuelta y volvemos para llamar a Pascual. Nos dice que cree que ha encontrado a gente para que haga la excursión con nosotros, pero no puede comunicar con ellos hasta mañana, porque viven en Beltrán, donde tampoco hay señal de móvil y el teléfono público no abre los feriados. En fin, confiamos en que lo consiga y nos vamos a dormir.

A la mañana del lunes cogemos el bus de vuelta a Cochrane. Pascual lo ha conseguido, tenemos excursión, asíque esa noche teníamos que dormir en Puerto Beltrand para juntarnos temprano al día siguiente. Pero ya no hay autobuses, sólo queda la opción de hacer dedo. Antes que nada, advertir a mi madre, a mi abuela, y a mi hermana pequeña que es una forma habitual y segura de viajar por la carretera Austral.



Después de un par de horas, encontramos un auto que va hasta allí y nos puede llevar. Así que recorremos de nuevo esa parte de la Austral, esta vez dirección norte. Esta carretera comunica desde los años 70 toda la región. Tiene una gran historia que fascinó a mi tío Chiqui, que la ha recorrido durante dos meses y ha escrito un libro sobre ella.



Llegamos a Beltrand, objetivo conseguido. Sólo nos queda confiar en que Pascual venga a por nosotros a la mañana siguiente a la casa de Carmen, aunque ni siquiera le concretamos donde nos hospedaríamos, aunque no hay muchas opciones. Y, efectivamente, todo pasa como tiene que pasar. Sin móviles y sin internet, hemos conseguido ponernos de acuerdo seis personas para hacer una excursión al glaciar Los Leones.

Nos levantamos de noche, nos abrigamos, desayunamos y partimos. Mala suerte, está lloviendo. Pero altiro Pascual encuentra un trébol de cuatro hojas, buen presagio. Caminamos 10 kilómetros que se hacen un poco largos. Nuestros pies están empapados. Bueno, más bien, todo está empapado. Deja de importar meter el pie en los charcos. Es otoño y todo es rojo, amarillo y verde.



En tres largas horas llegamos a la orilla del lago los Leones. No vemos el glaciar, hay mucha niebla, pero está ahí. Vamos a una cueva, hacemos fuego y nos sacamos las cosas mojadas para intentar secarlas. Pero es imposible, tendríamos que estar horas y horas junto al fuego.


No sé si vamos a poder navegar para acercarnos al glaciar, dice Pascual, el tiempo está muy malo. Nuestro rostro se llenó de decepción. Nosotras queremos ir, aunque estamos mojadas y heladas. Finalmente, vamos.

Y llegamos. De repente, no hay niebla, ni lluvia, ni siquiera frío. Yo, al menos, dejé de sentirlo, y eso que delante tenía una montaña de hielo. De vez en cuando, veíamos desprendimientos. Asustan un poco, sobre todo por el ruido, pero no es peligroso, dice Pascual. Nosotras ya confiamos en él ciegamente. Nos ha llevado hasta allí. Cogemos un trozo de hielo milenario y nos echamos un copete de whisky. Este trago, mamá, sólo fue para la foto.





Ahora toca la vuelta. Seguimos empapados, pero, si los 10 kilómetros de ida se hicieron largos, los de vuelta se hicieron cortos. No sentí ni cansancio, ni frío. Y metía el pie en los charcos con cierta satisfacción. Se hace de noche, encendemos las linternas y seguimos caminando. Si paramos, vendrá el frío. Y es mejor la fatiga que el frío. Encontramos un árbol repleto de riquísimas manzanas que nos dan energía para el camino. Llegamos al auto, una hora más de camino, llegamos a la casa de Carmen. Rápidamente me saco los zapatos y los calcetines. Hacía tiempo que había dejado de sentir los pies. Es un alivio estar seca y junto al fuego.

Pero aún no ha acabado el día. Son las 11, nos ponemos ropa seca y nos vamos a casa de Pato a hacer un asado. Estamos hambrientes. Pasamos una agradable velada en la que nos reímos de los que hemos sufrido, hablamos de la Patagonia y de la amenaza de las represas, de como es vivir en un sitio en el que no tienes señal de teléfono y hay unos centenares de vecinos. Hay quien no necesita más.

Al día siguiente viajamos de vuelta a Coyhaique, llamamos a John, que no duda en alojarnos en su casa, encendernos la estufa y darnos algo de comer. Salimos a tomar una cerveza, cantamos en el karaoke y a dormir.

Mi hermana Belencita ha cumplido 13 años y no la he llamado. ¡Feliz no cumpleaños tesoro, te echo de pena!

23 de abril de 2011

Quien se apura pierde el tiempo


Es sábado por la tarde, estoy en el corazón de la Patagonia chilena, pero no tengo más remedio que quedarme en Casa Paola, porque llueve a mares. La parte buena es que tengo tiempo para contaros mi viaje con detalles y, espero, con fotos.

Como ya sabéis, llegué a Coyhaique el miércoles al mediodía.


Al día siguiente tomé un ferry que nos llevó por el lago General Carrera hasta Chile Chico.


Cruzé la frontera y pasé en Argentina unos 7 minutos, sigo sin querer explicaros porqué. Muestro sello de entrada y salida.


Después, cogimos un autobús hacia Puerto Guadal y disfrutamos de un camino precioso desde los privilegiados asientos de delante.
Lago General Carrera y la coordillera
Los pasajeros hacinados desde mi privilegiado asiento

Llegamos a un pueblo muy bonito, en donde no había nada que hacer (Muerto Guadal).



Ya el viernes, compramos pan y vino a una simpática señora, el Gringo que nos hospedaba nos hizo unos mariscos y Pascual, quien conocimos en el autobús (era el conductor) nos dió una vuelta por una mina abandonada y por la orilla del río San Martín, por donde años atrás (muchos) pasaba el oceáno Atlántico. En el camino nos topamos con harta rosa mosqueta (planta de la que sale un valioso aceite que mi abuela me ha encargado que le lleve) y una pareja de carpinteros.

Rosa mosqueta

 Pascual, Angela y el Gringo, de izq. a drch.

Pareja de carpinteros


De nuevo a dormir, el frío gasta nuestra energía. Y nos impide hacer otra cosa. Sólo hay un bar, y es de puros curados. Esta mañana, Pascual nos ha acercado a Puerto Beltrand, un pueblo más pequeño aún que el anterior. Eso sí, a la orilla del lago Beltrand, me atrevería a decir que más bonito todavía que el Lago General Carrera. Ya llovía a mares, como ahora mismo.


Hemos pedido auxilio en una hosteria. A la primera no nos han abierto, a la segunda sí, menos mal. Nos han dado un suculento desayuno, nos hemos secado un poco y hemos vuelto al cruce a intentar que alguien se compadeciese y nos llevara a Cochrane, nuestro destino de hoy.



No ha habido suerte. Es raro, todos los chilenos nos aseguran que a las chicas las cogen "altiro". A lo mejor bajo la lluvia tenemos mala pinta. Sin complejos, volvemos a la hostería y nos invitan a un plato de mariscos para celebrar el Sábado Santo. volvemos a entrar en calor con el fuego y el vino. La charla es muy agradable, pero deberíais volver al cruce, va a pasar la micro, nos advierte Patricio. Efectivamente, nos vamos, y en tres minutos pasa el autobus.

Por fin estamos resguardadas de la lluvia y tenemos los billetes para ir mañana a visitar Caleta Tortel. Como nos han repetido ya varias veces aquí: "En Patagonia, quien se apura, pierde el tiempo". Por eso aquí soy una chica impaciente trabajando su paciencia. Y creo que lo estoy consiguiendo.

Feliz fin de vacaciones de Semana Santa a todos.

22 de abril de 2011

En Patagonia

Me encantaría publicar esto hoy en mi blog, pero me temo que no voy a conseguir acceder a internet. Resulta que hoy es feriado y estoy en Puerto Guadal, un pueblo de la Patagonia al lado del Lago General Carrera. "El Gringo" que nos aloja en su casa lo llama "Muerto Gaudal", imaginaros porqué. Sólo hay internet en la biblioteca del pueblo que hoy, Viernes Santo,está cerrada.

Pero voy a resumiros el viaje desde el principio. Amanecimos el miércoles a las 6 y media de la mañana y, con calma, nos fuimos al aeropuerto. Llegamos un poco resacosas de las piscolas del día anterior y nos informan de que vamos algo apuradas porque el ordenador del aeropuerto asumió sólo el cambio de hora que por decisión del Gobierno no se llegó a cambiar. Pero en el aeropuerto sí, asíque empezamos a correr y, gracias a Dios, subimos a nuestro avión.

Llegamos a Coyhaique y el transfer, que es como un minibus que deja a cada uno en su casa, nos deja en Residencial Mercedes, donde una señora callada pero encantadora nos ofrece una cómoda y calentita habitación. Nos comemos un bocata "ave palta" y el camarero insiste en hablarnos en inglés, y nosotras en contestarle en perfecto español. Al final nos pregunta si somos gringas o israelís. Le contestamos que españolas y se queda entre decepcionado y avergonzado. Compramos un billete de ferry y al día siguiente, bien temprano de nuevo, pero sin piscolas, partimos a Chile Chico. A pesar del frío, es imposible quedarse en la parte de abajo resguardado y perderse el paseo por el agua azul del lago.

Ahora llega el momento en el que Ángela y yo cruzamos la frontera y estamos en Argentina aproximadamente unos 7 minutos. No os lo voy a contar, porque cualquier cosa que os imaginéis es mucho más emocionante que la verdad, pero aquí tenéis la prueba de entrada y salida el mismo día, una pena que no ponga la  hora.

Tomamos otra micro hacia "Muerto Guadales", desde donde escribo ahora. El conductor no sólo es conductor. También lleva cartas, huevos de pascua y plata (dinero), de los vecinos de un pueblo a los del otro. El camino nos deja sin palabras. Imposible dejar de mirar por la ventana, desde la que vemos la  orilla del lago General Carrera, la cordillera de los Andes Nevada, los colores del otoño y la luz del atardecer. Llegamos a nuestro destino e Ismael, el conductor, se para a hablar con casi todos los vecinos. "No llegó tu carta, hay que esperar al lunes". "Tu plata se la dejé a tu cuñada".

Él nos deja en casa de su amigo "el Gringo", que no es gringo, sino belga, pero todo el mundo en el pueblo le llama así. Aquí se quedó porque se enamoró de una patagonesa, y no tiene ni intención ni ganas de volver a Europa. Y aquí estamos, en su casa, tejiendo algunos planes, que ya os contaré.

NO PUEDO SUBIR FOTOS. AAARRRGGGGG.

16 de abril de 2011

Caña

Os acordáis de lo que era la caña en chileno? Yo sí, sobre todo hoy. Resaca. Sólo por eso, os dejo un poco de música.

Chico Trujillo, Loca:


Inti Illimani, Mulata:


Soy fan de las vacaciones de semana santa. Casi todos andamos por casa, no hay mucho que estudiar, se abre la temporada de playa sin que haya mucha gente. Ir de cañas casi a diario con hermanos o con los amigos de siempre. Si no estuviera tan lejos, me iría a Almería unos días. Pero no se puede estar en misa y repicando. Eso sí, echadme de menos.

13 de abril de 2011

Y más de todo

Bacán: guay, debuti, bueno
Guagua: bebé (en canario, autobús, por si no lo sabíais)
Poto: culo
Banana: Riñonera
Culeao: Suele ir antecedido de "huevón" y es un insulto
Micro: Autobús (para los canarios la traducción sería guagua, de hecho)
Pito: Porro
Colo-Colo: Popular equipo de fútbol
Temblor: "Pequeño" terremoto. Creo que en realidad no es un chilenismo, pero acabo de sentir uno y tenía que ponerlo.

Corrección: Vajilla se dice "loza", no "losa", como dije la otra vez. No lo descubrí hasta que lo vi escrito en el bote del Lavalozas, porque la pronunciación chilena es la misma.

Bueno, sólo os pongo unos pocos, que, además, parece que desperté espesa. Como os conté, este fin de semana he estado en la playa. Nada más llegar, me encontré con esta enorme termoeléctrica.



La verdad es que este monstruo es molesto, sobre todo para quien tenga que soportarlo a diario. A nosotros no nos impidió disfrutar de nuestro asado en la cabaña, de un rato de pesca, del rico marisco, de las deliciosas empanadas, de la fría agua del pacífico, del tacto de la blanca y fina arena en los pies.





El principal fastidio, los perros. Os prometo que allá donde fuéramos Max, Ro, Lete, Hanna, Ángela y yo, nos seguían unos cinco o seis perros. Y los que nos encontrábamos en el camino rompían a ladrar, convirtiéndonos en el absoluto centro de atención de esta localidad por un largo instante. Yo creo que hubo un momento en que nos estaban ladrando un centenar, pero supongo que será una exageración, ya sabéis lo que se dice de los andaluces.


El miércoles de la semana que viene me voy a Patagonia. Supongo que eso le dará vida a mi blog, un poco abandonado últimamente. No perdáis la fe en mi, los que la tengáis.

5 de abril de 2011

Perros y gatos







Sobre todo, perros. Si sois medianamente observadores os daríais cuenta en seguida de lo que hablo. Si no lo sois en absoluto, tardaríais un poco más. Chile está lleno de perros que vagabundean tranquilamente por la calle. No ladran, no corren. Normalmente los encuentras tumbados en mitad de la acera, o olisqueando en la basura. Algunos tienen collar, pero no porque corran mejor suerte, sino porque fueron abandonados con él. Hay personajes que los alimentan, como en España a las palomas.

Parece que es menos habitual tener una mascota en casa, algo comprensible. Sin embargo, en una de las calles que os digo que está repleta de perros, hay este pedazo de cartel de comida canina.


Casi parece que lo hayan puesto para ponerles los dientes largos a los pobres animales. Pero no tendría mucho sentido, no creo que sean buenos clientes.

Hay bastantes cosas en Internet sobre la falta de perreras en Chile. Perdón, centros zoo sanitarios, decimos en España, no sé si para no herir sensibilidades. Claro que en España también les faltan medios. Bastantes problemas hay más importantes aquí (y en España), pero yo hoy os cuento éste.

Este fin de semana me voy a la playa. Pero tranquilos, llevaré una tabla de surf para salvarme de posible tsunami, como me aconsejó mi hermano Rafa.

Ah, una última cosa. El viernes vi como atropellaban a un hombre a dos metros mía. Yo esperaba a que el semáforo se pusiera en verde, algo que no hizo el accidentado. Cruzó corriendo y un taxi (que iba bastante rápido) le hizo volar unos tres metros. Luego cayo sobre el coche, rompiendo la luna con la cabeza, y de ahí al suelo de espaldas. Todo a cámara lenta. Sangraba mucho, pero estaba consciente. Me fui, y dormí regular. Siento los detalles escabrosos, me temo que es de las cosas que he aprendido al escribir sucesos.

Por cierto, gatos también hay, pero yo creo que más en España.